Echo de menos la risa en pijamas,
la cena simple,
el sueño ligero,
la calle tibia en la noche
sin tanta ira en cada esquina,
tanta insulto en lista de espera.
Echo de menos a mi abuela
contándome historias sobre la fuerza que tuvo que encontrar
más allá de la orfandad y la pobreza,
contándome como se sobrepuso al sufrimiento
para levantar su propia dignidad.
Echo de menos la honradez de sus manos
y toda la humildad que la rodeaba.
Los adornos sencillos y el pan recién hecho.
Mi abuela había sufrido mucho
pero jamás usó ese sufrimiento
como argumento para hacerse daño a sí misma
o dañar a los otros.
¿Qué ha cambiado?
abuela Hortensia…
qué bonito es tu nombre.
A mí me parece el más bello de todos.