Viernes 3 am del 2004,
no escucho Charly,
estoy en otra cosa.
En un bar llamado Copas
una mujer viene hacia mi
en un temblor frenético
bailando La Batidora,
agitando cuello, pelo y caderas,
en ese orden,
se acerca mientras baila,
hasta que su sacudida prácticamente me arropa,
me pongo nerviosa y creo que conversar es la solución:
¡HOLA SOY BLANCA!
(me siento como el monstruo Miltón) la música silencia mi escueta presentación,
a ella no le interesa mi nombre.
¿Acaso tenemos nombre cuando bailamos?
siento su aura sexual y enardecida,
rompe la barrera del sonido y me atraviesa,
pero no puedo bailar ¡estoy tiesa!
“Dale no seas tímida rompe abusadora”
La envidio al cien por cien,
he sido educada en las pretensiones del recato
y aunque intento rebelarme,
sé que la clase media ha dejado su huella
de moral intermedia y reprimida.
Tanto querer ser algo o no querer ser algo
para finalmente, ser a medias.
Intento menearme al ritmo de la música,
quiero con toda mi alma perrear
pero es patético,
¡madre mía qué frustración!
me rio de mí tragedia y ella se ríe conmigo.
¡qué linda es la risa que siempre sabe bailar!
brinca, agita los hombros, gira, se agacha, sube:
¡ohhh! ¡éxtasis en el seísmo dionisiaco!
luego pasa un trencito y se la lleva
es una marcha de sudor y alegría
y allí me quedo yo en el anden,
ni reina de la noche,
ni sacúsa,
esclava de mí misma,
atrapando esa imagen
para conservarla eternamente,
en mi mundo fantástico.
La batidora
27 Miércoles Abr 2016
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