Mi mamá le mandó a tu mamá un racimo de cambur y tres hallacas
y tu mamá le mandó a mi mamá un ramo de calas recién cortadas
y yo me devolví caminando desde tu casa hasta mi casa
con el ramo de calas salvajes, blanca, bellas, era de noche y hacía calor
y cuando llegué a mi casa mi mamá abrazó las calas como si fuesen una persona,
¡con tanta alegría!
y extendió sus brazos para ver el ramo, lo miró de arriba abajo y dijo emocionada
“Que bellas! ¡Son espectaculares!”
y las flores, con todo y su agonía, mostraron su mejor rostro:
naturalidad, silencio, curva, campana.
Entonces fui a mi cama y me acosté aún vestida
y me quedé pensando en las calas, en el racimo de cambur
y en lo bonita que es la envoltura de la hallaca,
y me di cuenta que allí donde vivo ahora, en Europa,
esos intercambios no sé dan,
no para mí, no por ahora…
… y me puse a llorar.
Después tu muerte
selló ese recuerdo
para siempre